Explico a mis alumnos que no era
solamente el miedo lo que llevó a los Homo Sapiens a pintar en las
cuevas de Chauvet, sino también la búsqueda de lo desconocido. El mismo
artificio de aquellos hombres es semejante a la escritura que lucha
incansablemente contra el significado. Su temor al vacío es el mismo
temor a la muerte que aún hoy conservamos para sobrevivir cueste lo que
cueste.
No olvido a los que se marcharon, a diferencia del Calígula,
de Camus, pero a veces el miedo a morir lo presiento como una muestra
más del egoísmo. No nos da miedo que otros se vayan, sino que su
ausencia defina otro tipo de vida en nosotros, un esfuerzo ingente por
mudar las costumbres, porque esa ausencia se convierte en un pensamiento
turbador y es inexplicable, desasosegante, que no hallemos un espacio
físico donde el reencuentro no sea el recuerdo ni los esbozos de esos
mismos recuerdos que se van diluyendo poco a poco.
Lo inefable es explicar la ausencia, el
origen de un sufrimiento que atribuimos a que ellos nos importan
demasiado, los muertos, pero lo que nos sobrecoge es el cambio, que los
procesos lleguen a su fin y nuestra cómoda existencia se convierta en un
nuevo paradigma. Fogwill intenta describir la muerte en su relato
"Restos diurnos" y, aunque no lo consigue, la belleza de su inspección
es una forma de superar lo inefable, el mal de ausencia: "La muerte es
una prolongada suspensión. Cesa todo. Siente cómo se despega del cuerpo:
es una lámina invisible que se ha deshaderido y ya no envuelve, y el
cuerpo, vuelto ahora un objeto, doblado sobre sí junto al cuerpo de la
otra, quebrado, ensangrentado, inútil".
Excelente escritor. Gracias.
ResponderEliminarManuel es una delicia leer tus enlaces.