Hay una montada cada tarde en Sálvame
que el programa parece una clase Tercero de ESO en un día de viento.
Telecinco encontró hace unos años en este formato la fórmula mágica del
éxito de audiencia, un programa dinámico, con una planificación y un
cromatismo que recuerda al mejor Almódovar. Ahora, junto a la vida
novelada de cada uno de sus tertulianos como si fuesen un personaje de
Madame Bovary, las cuatro horas diarias de prensa rosa se inspiran en el
comportamiento pueril de dos padres adolescentes, Chabelita y Alberto
Isla, cuyos movimientos del súper a casa son retransmitidos como si se
tratasen de un golpe de Estado.
Me sobrecoge la rentabilidad mediática
que le están sacando a los chavales. Adolescentes rebotados de
instituto, con American Express en el bolsillo, juegan a mantener en
vilo a los colaboradores del programa. Kiko Hernández y Jorge Javier
Vázquez son el Carl Bernstein y el Bob Woodward de un caso sin
precedentes en nuestro país (me parto): la repentina separación
sentimental de Alberto Isla e Isabel Segunda. Twitters, mensajes de
móvil, relaciones amorosas en descampados, predictors en directo y el
Casino Las Vegas como telón de fondo han contribuido a crear un
imaginario simbólico genuino donde Alberto Isla juega a ser Garganta
Profunda, pues nos va revelando cada día al móvil de Kiko Hernández las
miserias que encontró en Cantora como que el tito Agustín Pantoja lo
espiaba cuando él intentaba sobar a Chabelita en el dormitorio imperial.
Y lo mejor es que yo lo veo, que yo lo
cuento,que yo escribo sobre ese hecho que tiene a toda España pegada a
la pantalla, como si esos personajes torturados por los celos, que tan
bien inventara Corín Tellado, hubiesen pasado del folletín a los
mass-media. Veremos cómo acaba el culebrón. Aconsejo a los guionistas de
todo este circo que metan a un torero y a una pitonisa hábil con el
vudú. A ver lo que sale de esta coctelera.
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