miércoles, 8 de octubre de 2014

Conviviendo con el mundo de Solaris

Cuando Tarkovsky cambia nuestra vida



   Los recuerdos soberanos han gobernado la nave. Solaris es una frontera que divide la realidad de otra más maleable, quizá aún más verdadera. No importa ya ese pensamiento mudo. La novela de Lem es una inmersión hacia los orígenes que, en otra vida, se tramaron para que todo fluyera en esta existencia con lentitud, con sonoridad.

   La mujer abandona mi cuarto. La vi morir hace años cerca de mí. Los aposentos alguna vez ardieron y el extenuado perro camina por una cornisa hacia la niebla que se sumerge en el oleaje de explosiones solares. No soy un visionario. No soy el hombre que come con las manos y descansa sobre el lecho de paja. La mujer entierra todos mis sueños con un mantra sigiloso y la nave avanza hacia derroteros inescrutables. Tarkovsky dirige su obra maestra para que el arte nos incluya en su maremágnum de estímulos y de pérdidas. Porque, en verdad, hemos perdido demasiado viviendo en la aceleración, en la desenfrenada incandescencia que progresa más allá de nuestros ojos.

   La ciudad nos ha destruido. Busco al chacal que vaga por las carreteras. Solaris me aguarda para morir. Solaris es la esfera donde mis pensamientos más elementales desembocan. El espacio existe en mi interior. Las estrellas y la antimateria son otro sueño que provoco en el lecho mientras mi pulso decrece y los hombres con cara de gaviota me sumergen en el plasma. Las palabras son invenciones. Las palabras no necesitan ya la exactitud. La poesía sobrevive siempre. Tengo miedo, pero el miedo es también una sensación que padece otro que no soy yo.

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