Lisa Ann. |
Joder, Lisa, qué le ha pasado a los
lenguados. Estaban vivos anoche y ahora los encuentro chamuscados en el
centro de una fuente de porcelana.
Tu cocina y tu sexo son automáticos como
esta escritura que elaboro para ti. Odias el dadaísmo y a los príncipes
azules. Te gusta ensuciarte y que algunos participios estímulen tu
libido. Sueñas con ogros, con la limusina de Cosmópolis y con en ese
espantapájaros que representa al amable torturador junguiano que
necesitas para elevarte desde mi pelvis.
Las cosas podrían funcionar de otra
manera, pues podríamos ser más simples, mecánicamente perfectos, sin
aristas, con una personalidad que abuse de las estructuras de oración
simple. Pero no es así, nos gustan los recovecos, ensimismarnos con la
quinta de Mahler, Lisa, Lisa Ann, mientras bailas despacio, sin el
deshabillé, encima de la barra.
Las gaviotas mueren en las cornisas y,
en los jardines donde vagan los jubilados y los galgos, los fresnos
desaparecen en la noche por combustión espontánea. Tu cuerpo se abraza a
la oscuridad del mío y tu lengua bífida busca en mi oreja los versos
que escuché hace años de la boca del propio Dylan Thomas. Una
experiencia mística como ese café junto al chamán de la tribu, Buk, el
anciano manco que canta en el metro y lee las manchas de humedad. Pero
nada de eso cambia mi afecto hacia ti, tu memorable cintura de criatura
proteica que se adapta a todos los relieves y se transforma en la más
increíble trepanadora de sueños.
Porque solamente imagino tu rostro bajo
la ceniza de los recuerdos que me han traído a este escritorio. Lo que
escribo es porque tú me guías con tu hilo invisible hasta un recóndito
desenlace y el laberinto imparable de esta ciudad, a las afueras de
Baltimore, está lleno de cazadoras furtivas que me desnudan con la
mirada. Algunas son preciosas muñecas fabricadas en clínicas domésticas.
Hablando de otra cosa: no pienso devorar esos lenguados y el aparador
que trajeron los enanos esclavos me parece demasiado neorromántico.
Porque tú odias lo romántico y lo neo. Te va el corsé, el látigo y ese
gel con el que nos protegemos de las picaduras de las medusas.
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