Hemos sido atraídos por la calma de la
marisma. Los reflejos y las huellas que las arenas asumen son un
lenguaje inhóspito. Nada queda después de tus labios. Reconoces la
frontera, la última oportunidad de extraer los significados que nos
engendraron. Estamos desnudas y la blanca sombra nos delata bajo su leve
fulgor. Renacemos con el sonido, hirientes, sin memoria, buscando en la
profundidad la belleza que nos hace tan vulnerables.
El viento es un eco y los pájaros no han
amanecido en la levísima ardora. Unas manos acarician mi vientre. Nada
ha vuelto a ser como antes, cuando, junto a la hoguera, nos habíamos
untado con la sangre del ciervo y todo cuanto poseíamos era sagrado. Las
rocas son los altares y el barco que, en otra vida, manejamos ahora
permanece sobre la quietud del lago como un extraño cuerpo que ya no
exigimos para morir aquí. Las orillas son solamente una y nada de lo que
queda nos parece suficiente para lo que hemos soportado. Los juncos son
un espejismo como la vibración de esa rama que sostiene la vastedad.
Deja que invente un nombre para ti antes de que las aguas nos cubran.
Aún no he aprendido a respirar a tu lado, Marta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu Opinión es Importante, Deja Tu Comentario: