Patrick Modiano. |
Su prosa tiene identidad propia. Su estilo es reconocible. Su mundo
es siempre el espacio de la memoria y también el del olvido. Novelas
como Calle de las Tiendas Oscuras producen ese efecto de
incertidumbre que el lector necesita para permanecer absorto en una
lectura donde los vericuetos de la historia y sus imprevisibles
paradojas nos adentran en la búsqueda incesante de esas verdades ocultas
que tan solo las manifestaciones artísticas son capaces de invocar.
Calle de las tiendas ocuras es una novela moderna porque el
lector debe involucrarse y decidir qué camino tomar dentro de la
evolución de una historia enigmática donde un hombre indaga sobre sus
orígenes; un hombre que no recuerda quién es. Una escritura fragmentada,
concisa, que precisa del plano cinematográfico más que de la minuciosa
descripción, convierte ese tono narrativo en una interactiva propuesta
en que el lector debe atar los cabos de un relato al que mueve la
intriga y una pregunta inicial de la que surge el desarrollo narrativo:
"No soy nada. Sólo una silueta clara, aquella noche, en la terraza de un
café" (pág. 9).
La literatura de Modiano es una literatura de concisión, que recuerda
al mejor Hammet y a la magistral sobriedad de Salter. Nada es azaroso
en su relato. Las descripciones son escuetas, breves pincelades de
espacios urbanos con la intención de que el apego a los matices de lo
sombrío dominen el ánimo descorazonador de todos sus personajes: "Había
dejado caer la cabeza en mi hombro y el pelo rubio me acariciaba el
cuello. Llevaba un perfume con un toque especiado que me recordaba algo.
Pero ¿qué?" (pág. 27). En la prosa de Modiano siempre encontraremos ese
efectismo, pero con una depuración formal donde cada frase contiene un
microcosmos que intuimos a traves de una sintaxis sencilla y
esquemática. Porque el autor sabe que en novelas como Calle de las
Tiendas Oscuras es más importante la omisión que la apariencia: "Un niño
jugaba solo, tranquilamente, delante del montón de arena, en aquella
tarde soleada que estaba acabando. Me senté cerca del césped y alcé la
cabeza hacia el edificio, preguntándome si las ventanas de Gay Orlow no
darían de este lado" (pág. 69).
Todo parece sencillo en Modiano, pero todo es confuso para sus personajes. En Calle de las Tiendas Oscuras
el deslinde entre realidad y alucinación apenas existe porque la marca
de su escritura es la necesidad de que el lector descifre lo acontecido,
deshilado poco a poco a lo largo de las páginas hasta que el personaje
sabe quién es y esa respuesta a veces puede ser terrible. Los hombres y
mujeres que aparecen son meras encarnaciones de un recuerdo, esbozos que
se consumen en la noche abisal de París. Abisal por sus oscuros
relieves, acentuados por la tenue luz de los interiores bulliciosos de
cafeterías y moteles. Abisal por la intranquilidad de miradas que
recelan, de averiguaciones que conducen a callejones cada vez más
estrechos.
Hay luminosidad en esas frases sencillas, pero también una atmósfera
claustrofóbica que nos obliga a estar a la espera de una nueva acción
que cambie todo en el destino de los protagonistas y, por supuesto, en
el nuestro, si estamos de acuerdo con Borges, citando a Mallarmé. El
mundo existe para llegar a un libro. "No podía por menos de mirar la
portada de la revista. Denise parecía algo más joven que en las fotos
que ya tenía (...). Al fondo de una de las habitaciones, divisaba un
armario de madera oscura" (pág. 123).
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Nota: Citas extraídas de la edición de Anagrama, Colección Compactos, Barcelona, 2009.
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