sábado, 3 de enero de 2015

Maneras de mirar a la escritura

Explorar lo siniestro, inmersión en la niebla



   Me alojo en mi rincón favorito; un improvisado despacho que tengo en la terraza donde mis hijos juegan todavía. No me queda claro, después de estos años, si seguir escribiendo merece la pena. Es la pregunta supersticiosa que formula lo siguiente: la obra está poco resuelta o está a punto de ser finalizada. El miedo, en el último caso, puede estar muy relacionado con la soberbia aunque parezca paradójico. Es cierto que la escritura se nutre de nuestros recuerdos, de nuestras experiencias, pero no es exacto, hay algo más que no permite acercarnos con sinceridad a esa realidad misma.

   Lo llamo "resonancia de lo vivido". Porque, detrás de lo escrito, no estoy yo, ni siquiera ese mundo que me estimula, que me involucra en mi trabajo y en mis emociones. Hay algo más poderoso, rozando el asombro, pero también la depresión, la pereza, la insatisfacción, y que lentamente va modificando nuestra reacción ante lo que escribimos. Lo que sucede parece que nos es propio, nuestro, pero no es así. Al pensarlo detenidamente compruebo que nada de lo que se escribe tiene que ver conmigo ni con el mundo que me constituye. No. Nuevamente necesito explorar esas luces, esas sombras, que se divisan como una inconstante manera de mirar hacia mí, hacia los otros, otra realidad que puede llegar a ser siniestra si no hay esperanza suficiente para escrutar el porqué de esa disonancia. Así que la realidad descrita raramente es afín a mí.

   Los significados son nuevos como los espacios que denotan y es aquí, en ese clímax, cuando el poema o la novela descifran algo que ni conozco y que tampoco es mío.

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