lunes, 19 de enero de 2015

Razón del mirlo, de Miguel Veyrat

En Mundiario mi reseña sobre poemas y símbolos que recuperan a Zaratustra.
  


   Hay momentos en que los que elaborar una crítica exhaustiva acerca de un libro no resuelve nada porque resta valor artístico a la obra. Hay momentos en los que razonar con inteligencia práctica sobre un texto literario perjudica la intención literaria del propio discurso creativo y el ensayo realizado es un fracaso que no roza siquiera el alcance de la obra descrita. Con la poesía de Miguel Veyrat, he tenido siempre esa sensación inexorable de fracasar a la hora de justificar el talento que su técnica expresa, así como la riqueza de referentes e influencias que demuestran sus cosmovisiones en trabajos como Poniente. Razón del mirlo, publicado en Renacimiento (2009), es un poemario que necesita de la impresión, más que de la palabra argumentada, para ser reseñado.

   La obra de Miguel Veyrat es una búsqueda de la vida en su sentido más atávico y tribal. Su poesía es profunda porque intenta revelarnos la escritura como un acto litúrgico donde el mundo de lo poético es un desciframiento de ese gran Libro sagrado que es el propio Universo. por esa razón, no reniega de un estilo conceptual, abigarrado, en el que la depuración formal evoluciona a una sincera complejidad filosófica en la que el mundo como experiencia sobrecoge y no puede ser observado bajo los valores de la justicia o la equidad. La naturaleza es brutal, azarosa, genesiaca y feroz para criaturas como el hombre y el sino que prevalece es conservar la palabra como "pharmakon" ante esa sobrecogedora evidencia. Como antropólogo, entiendo su desafío de reconciliar palabra con rito y símbolo, con fuego, pues es la manera que la escritura, desde culturas remotas, posee para que logremos entender al dios y a la creación en sus múltiples formas. Los versos de Veyrat construyen un cuerpo totémico que alaba la fuerza, la rotundidad, con la que la vida se manifiesta: "Arrastra tu canto el viento/ con su voz de bestia/ inmemorial. Deja en las zarzas hojas/ de carne arrebatada/ al río de sombras -rival/ turbio de lo eterno, cuando la vida/ se detiene atascada/ en la garganta: Porque ya conozco de memoria/ esta muerte inventada/ por nosotros en una noche oscura,/ quiero ser expulsado otra vez del Paraíso para morir/ tranquilo -tras colgar, como hilo/ de araña, mi grito/ rebelde desde el abismo a la nada". (pág. 48).

   El hombre como mensajero y portador de esa epifanía que el mundo extiende con su devastación y su creación constantes persiste en cada poema de Razón del mirlo. Algunas de sus imágenes producen en mí el desasosiego del que se siente, no como un ser que domina la naturaleza, sino al contrario. Somos otro sedimento desprendido de algún accidente, una partícula ínfima de una combustión inagotable. Solamente la máscara, el tatuaje, la iniciación y el canto que se arma alrededor de las hogueras pueden paliar esa sensación de desamparo, de reconocimiento de la infinitud que nos arrastra: "Interpreta tú la estela de mi nombre/ para reconstruir el rostro/ que los titanes embadurnaron de yeso: (...) ". (pág. 69).

  Razón del mirlo recupera ese pensamiento fundacional del texto religioso que articula sus particulares y escandalosas cosmogonías. Por esa razón, el sustantivo y el ritmo son tan contundentes en este libro, poderosamente intuitivos, con imágenes sobrecogedoras que descubren esa interpretación original de la tierra, los caminos, los animales, los espíritus, el ocaso, como si la memoria de Zaratustra o del propio Octavio Paz respirasen en esta filosofía de la composición en la que Miguel Veyrat se inspira. Su poesía no es experiencia de lo cotidiano, sino conocimiento de nuestra condición racional e irracional, una profunda inspección de la vastedad, de la sima, donde la experiencia creativa todavía persigue al mito: "Porque siempre quisiste/ morir allí, en el gran vientre abierto/ hacia la noche/ donde se funden eco y bruma/ y el sol se ahoga para volver mañana/ hasta su origen -sin dejarte ver cuánto dura lo oscuro". (pág. 97).

Enhorabuena, Miguel.

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