Regresando a la novela Cosmópolis
    Regreso a Cosmópolis. La prosa que se 
mueve entre la vanguardia de Philip K. Dick y la crítica visionaria de 
Anthony Burgess. Como lector, experimentas la hipnosis de esos 
ciudadanos zombificados que obedecen a la dictadura del capital, a una 
organización sistémica que está por encima del bien y del mal. La lucha 
de contrarios no existe, ni la posibilidad de enmienda, ni los cambios 
en la conducta. Solamente el daño y las ratas. Cosmópolis es el mundo 
que traerá la libertad de las tarjetas de crédito y de los clubes 
filantrópicos.
  Todo está determinado por una prosa 
hipnótica, llena de metáforas que llega a convertirse en una aglosia que
 asume lo irracional como una vertiente más dentro de las existencias 
espectrales que conviven en la ciudad. Una estrategia improductiva 
dentro de la comunicación. La comunicación interpersonal responde a un 
código cifrado, a un sociolecto que calibra entre los sentimientos más 
desgarradores y un automatismo que no dice nada de los personajes, tan 
solo llena el hueco de un tiempo sin medida, sin origen, sin conclusión.
  Todo apunta a que los sentimientos han 
quedado relegados a lo previsible. La espontaneidad está excluida, pues 
lo asimétrico, la variación, no existe en el mundo de Cosmopólis, salvo 
en ese momento en el que el protagonista descubre su soledad y su 
fracaso. Su apatía está determinada por no haber aceptado que no todo en
 la vida es controlable y ordenado. El caos no tiene vigencia, pero 
subyace en la evolución de los acontecimientos, en la evasión de la 
felicidad, en la división de las clases sociales. Las pantallas, las 
cifras, la promiscuidad, la violencia y los chequeos médicos son 
factores que también contempla el capitalismo y de los que extrae una 
interesante rentabilidad. Cosmópolis muere en Cosmópolis, una distopía 
que es metáfora de los condenados hombres que han seguido la doctrina de
 las computadoras y los mercados antes que su instinto.
   Todo está enrarecido, todo bulle en una 
sustancia gris y neblinosa donde los carteles publicitarios flotan en 
una desesperada inclemencia. Regreso a Cosmópolis y evito, ahora que aún
 puedo, destripar la técnica de la novela. Don Delillo sabe que 
solamente es explorable su trabajo desde esa simbiosis que el lector 
mantiene con ese mundo increíblemente real, tan real que parece 
quijotizado. Y es mejor no hablar de lo que no se conoce o de aquello 
que se incuba en nosotros y nos consume lentamente.
 





.jpg)



























