Señor, deja que tu pueblo muera con el mío. La sangre no es la savia y las luces de mi coche iluminan un rastro de muerte. La aniquilación es una virtud de los matemáticos y los filósofos. Los poetas admiran demasiado el Universo y luego, cuando los asteriodes arden ufanamente tras la biosfera, caen en la frustración. La hierba crece detrás de nuestro garaje y demasiadas serpientes andan al acecho de nuestro sexo. Señor, deja que tu pueblo muera con el mío. Mi corazón es tu fuente.
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