No eras tan notable como el resto de chicas de la fiesta y eso te dolió. Por eso, cruzaste el arcén y mataste al cástor con un fino cuchillo. Los árboles caminantes te observaron y, una vez que hablaron con las piedras, no te dejaron en paz. Cada sombra de rama sobre tu cuerpo te lacera como si alguien ejecutara sobre ti un golpe sutil. Ahora que estoy acomodado en el sofá, te miro con vergüenza. Sigues siendo hermosa para mí y, aunque no seas la reina de la fiesta, eres la única a la que le sienta muy bien tomar el sol.
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