Me esperaban en alguna parte del desierto. La loca iba con la escafandra y la armadura. Las otras dos llevaban los llaveros de oro y el colmillo de marfil clavado en su vientre de terciopelo. Marqué la cruz sobre la arena y escupieron. Saqué el arma y ellas se incendiaron, una a una, en fila, como la sagrada zarza. Mis ojos, cegados por el resplandor, se hundieron en el polvo. Y el amanecer no trajo más vampiros, gracias a Dios.
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