No quiso ponerse el vestido rosa. De hecho, sacó el mechero y le pegó fuego a la falda. Era mi regalo por su cumpleaños, joder. La habitación crecía por momentos hacia fuera como un órgano que se expande cuando la infección no remite.. Sus ojos me inspiraban tanto. Porque, cuando la tela dejó de arder, ella seguía con lágrimas azules en las mejillas. Bebió un trago de aceite indutrial y me lamió la frente durante un rato. Se quitó la katana y el resto de utensilios para revolcarse en las cenizas del vestido. Y todo era pálido en el cuarto. Y éramos tan felices. Cuánta verdad, Julieta.
Cuando alguien quema un vestido hay otro que se enciende.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias,Jorge. Tomo nota. Jajaja
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