Recogemos la simiente. Aún recuerdo las
manos terrosas de mi padre incrustadas en la arcilla donde nada crecía.
Las varas del cáñamo zarandeadas por la brisa caliente ocultaban el río
en forma de serpiente. La literatura era sosiego, el mundo inalcanzable
tras la cortina de niebla o bajo las lenguas de barro donde nuestros
antepasados ahora permanecen.
Hinojo sobre los montículos. Verderoles
raseando la hierba amarilla. Mis manos no son las manos de mi padre. Mi
rostro se confunde con su reflejo sobre las charcas que supuran en las
márgenes. Hay una cruz de ceniza delante de mis pies y las sombras que
se escurren me señalan la piedra blanca donde mi padre y yo
almorzábamos. Mi vida pertenece a esos recuerdos. De nada vale lo que
ahora percibo. Es inútil que permanezca abrigando más esperanzas de que
todo regresará al mismo punto.
Estoy vacío y el lenguaje del paisaje me atraviesa por los siglos que vendrán. Leo en Errata,
de George Steiner: "Crecí poseído por la intuición de lo particular, de
una diversidad tan numerosa que ningún trabajo de clasificación y
numeración podría agotar. Cada hoja difería de todas las demás en cada
árbol (salí corriendo en pleno diluvio para cerciorarme de tan elemental
y milagrosa verdad)".
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