La metralleta era ese símbolo fálico que necesitaban tus poemas. Tus manos defectuosas olían a ácido y a cloro. Pero es tan inquietante como ese baldío en la superficie lunar donde encontramos las ruinas alienígenas. En el acuario, las rayas estaban intranquilas. Soñaban por ti y el flujo de luz moría en la loza. Tu cuerpo se arqueaba como el de las hienas antes de que la metralleta se disparase y se quemaran las cortinas blancas.
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