Pocas veces he sentido tal euforia al escuchar el Primer movimiento de la Octava de Mahler. Considero el ejercicio de este compositor como una forma sublime de acercarse a la felicidad completa, a una pasión vital que comprende la belleza del mundo, la efímera naturaleza del ser humano como un tiempo dichoso para disfrutar realmente cada uno de los acontecimientos. La experiencia de la Octava es una inmersión al espíritu romántico, a su exacerbada necesidad de traspasar los límites del amor y del sufrimiento para que las palabras sean finalmente insuficientes.
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