Eras la chica de la caravana, esa vegetariana ultramoderna que coleccionaba patas de mosca. Eras feliz con tu perro y tu caja de fetiches. Guardabas un brazo de monja y un topo embalsamado por el arpista ciego. Eras la leche y el demonio te envidiaba. Nunca rezabas por mí. Aprendiste de nuestra prima que quemaba bosques para pasear sobre la ceniza meses más tarde.
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