Deja de salpicarme y entrégame a los gatos que furiosamente recitan las tesis de Chomsky. No matarás a la pubertad que se acicala delante del espejo cada mañana. Qué soy para ti, un imberbe prodigio que besa a las muñecas en la maleza. No quiero alejarme de tu boca, ni de tu sangre, pero no me seduzcas más para dejar que me pudra como si fuese el pescado que tomas antes de subirte a la barra sin otro fin que hundirte en la ciénaga.
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