Cuaderno de bitácora sobre la novela Solaris, de Stanislaw Lem.
Solaris (1972), de Andrei Tarkovsky. |
Todo significa la eclosión de la luz, el flujo de las esporas, la aparición del cuerpo con vida entre los escombros, la decisión de disparar una sola vez. Así te imagino, como un hombre malherido que camina sin consuelo por la superficie del hielo y no halla el amparo, pero que recuerda todas las cosas, aunque luego solo queden el humo y el silencio después del descenso, los años de la dicha.
Nada es la incertidumbre en la que ha de moverse todo el tiempo ese mismo hombre, evitando que lo observen, no solamente los otros, sino también el silencio, la oquedad, el roce de la luz por muy insignificante que sea y que no puede sopreponerse a la oscuridad.
Nada es la permanencia, ser un elemento más, lo esencial, lo mínimo, la extinción, el arrastre del viento, lo que escapa siempre y parece que jamás ha existido entre nosotros. Leo Solaris, de Stanislaw Lem, y anoto estas palabras: "Las maravillosas y esbeltas siluetas se ablandan, se tornan flácidas, se descuelgan, surgen errores, formas inacabadas, mosntruosas, inválidas; de las profundidades invisibles, se eleva un bramido creciente y el aire, escupido en una respiración agónica mientras roza contra las grietas cada vez más estrechas, resoplando y, a ratos, tronando, incita a las paredes en derrumbe a proferir un estertor que suena como lanzado por laringes cubiertas por estalactitas de mucosidad, o por cuerdas vocales muertas, y el espectador no tarda en sumirse en la inercia ante el movimiento más violento, el movimiento de la destrucción" ( Madrid, Impedimenta, 2008, pág. 180).
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