Ava Addams. |
Lo tengo que confesar y es que la belleza de la mujer, aunque se haya modelado en quirófano, me atrapa como esa metáfora de cartón piedra que encuentro en algunos poemas de Rubén Darío. Algunos días, cuando la concentración falla y la prosa de Mark Twain me resulta irreconducible, ella se aparece como esa poderosa Afrodita que encarna los siete pecados capitales. No quisiera, en este momento de placentera imaginación, dejar de citar a Virgilio cuando en su Bucólica VI escribe lo siguiente de la musa Talía: "Ella se dignó la primera jugar con el verso siracusano (...), y no se sonrojó de habitar los bosques". Qué delicada forma de encubrir la pasión y el sexo -como hago yo ahora con Ava Addams- para que su rastro pornográfico no sea más que una virtud doliente que tarde o temprano dejará de lado.
Pero es ese frívolo tratamiento del cuerpo en el porno, en el suyo particularmente, la superficialidad de ese lenguaje violento que expresa su cuerpo desnudo, el que deja de lado mis lecturas profundas. No puedo esperar otra cosa de esta vida impura que me regala algunos momentos donde las diosas griegas se transforman en taberneras voluptuosas o en mujeres insomnes que desfilan sobre la barra en la que se derrama el néctar y la cerveza. Así que, cuando la busco interesadamente, Ava Addams es el antojo saciado que mejor se describe, si abuso de la prosa de Javier Marías: "Es una adicción instantánea si la curiosidad se despierta, un veneno más irresistible y fuerte que el de obrar y participar. (...) si contempla, se lo dan todo resuelto, como en una novela o en una película, sólo aguarda a que le enseñen los hechos o cuenten los hechos que no han sucedido, (...)". Yo soy ese contemplador para ti, Ava Addams. Recuérdame leyendo a Javier Marías mientras clavas tus tacones en el apartamento imaginario que he soñado para ti sola. No me saques de tu infierno de Brazzers.
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