sábado, 17 de enero de 2015

Pensamientos sobre El exorcista

 
  A José Antonio Cayuelas


  El mal tiene todos los rostros. Nuestro temor proviene no de su existencia, sino de la posibilida de que haya sobrevivido a cualquier catástrofe. No busques al diablo. El mal es sencillo y banal como sostenía la filósofa Hannah Arendt.



   Gusta de gentes sencillas y anónimas para alcanzar logros mayores. La película de El exorcista es un diáologo severo con un espectador que no quiere creer, pero que no puede apartar la mirada de ese misterio sacrílego que contagia a los seres indefensos. Los espacios de las calles, unas escaleras por donde se precipitan las sombras, la habitación de una niña, un claro de luz bajo una farola son lugares previstos para que el mal habite por siempre. Los niños miran a través de otros ojos, los terribles, los suicidas.



   El exorcismo no es el alivio, sino el trance previo a la muerte para que otros se salven durante un tiempo. ¿Quién te aguarda hoy tras esta puerta? ¿Quién te observa cuando dejas la cuchara dentro del recipiente? ¿Quién esribe sobre tu piel mientras duermes pacíficamente y las plazas se quedan vacías? El hedor es invisible y todo lo que más deseas es sospechoso de padecer los síntomas frenéticos de una herida silenciosa. La mano que aprietas puede ser la mano que estira la soga. No eres el pájaro que aguarda la libertad desde su rama, sino el esclavo de una vida que se consume lentamente mientras los ojos del mal vigilan cada una de tus acciones. Escucha, mira y calla. Aún no has averiguado quién soy.

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