Charlton Heston en Cuando el destino nos alcance (1973). |
A José Antonio Cayuelas, por compartir conmigo su amor al cine.
Los peces han muerto. Deja que las sensaciones te inunden por última vez antes que el destino nos alcance. No hay agua potable en las pozas. La ciudad es la jungla que inventaron los dioses biónicos alrededor de una mesa.
El héroe surge de la ceniza, de la muchedumbre que no sabe qué es escapar. Dame tu mano y avanza tras la cortina amarilla de este aire pútrido. Los coches son la osamenta de otros coches molidos por los siglos y la inflacción más infecciosa. Los recursos se han agotado y una cucharilla de mermelada es tan valiosa como el céfiro o ese incandescente rubí que jamás tendrás.
Un vaquero, un buscavidas, un hombre sin tiempo, inconsciente de su realidad suicida, puede convertirse en un tótem mesiánico. No busques la aventura en esta película, busca en los escombros, en las superficies de metal, en la mímima expresión de la alegría. No hay nada peor que agradecer la fortuna de seguir con vida. Cuando el destino nos alcance, aún no estaremos muertos, sino sentados en estas butacas, bajo el haz de luz que fabrica los bestiarios rupestres sobre la pantalla en blanco.
Cruza el umbral, cruza el futuro conmigo. Yo tengo cicatrices. Respira el aire amarillo de las calles embadurnadas y sueña con la escasez, o con el desierto que, en la noche, quema todavía todo animal que agoniza. Gracias por estar aquí de nuevo, viajante del escapismo. Cuando el destino nos alcance, el cine será otro eco en el vacío de un universo que se expande.
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