Deja que tu mano acaricie este aire polvoriento. La ciudad ha sido inventada por mí. Los escombros fueron los signos del profeta. Tu rostro, la fatiga de mis pensamientos, la ausencia de la palabra colérica. Los charcos inundan mi visión antropoide. Te has limitado a lamer las cuerdas de la trampa mortífera que esconde mi cama.
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