Tus risas dan la vida, Carmen, te habrán dicho todas las veces del mundo. Es cierto, nena. Pero la sonrisa de las muchachas también me estremece, porque ya no hay pasado que pueda protegerlas como cuando eran más indefensas y dependían de todos los suyos.
Sonríe, Carmen, porque tu futuro, el nuestro, el tuyo y el mío al lado de la escritura, va perdiéndose veloz, porque lo merecemos, porque hemos sido felices en la infelicidad, tú, menos que yo. Los fracasos no solamente se ceban con los excluidos, con los desahuciados, con los enfermos, con los jóvenes que aceleran en una curva y pierden la vida. Los fracasos se ceban también con las muchachas que conversan con los profesores que miramos al mundo sin la ira de tanto cabrón que ha nacido para cerrar esa curva donde se asesinan los jóvenes con su coche recién estrenado.
Yo quiero lo mejor para ti, Carmen, que la alegría, la tuya, sobreviva a los malos tipos que te prometerán la mayor de las mentiras: Siempre serás una chica especial. Odia esa frase y sigue cantando en inglés y mira a los ojos de los tuyos para asegurarte de que a veces ser un tipo corriente, un profesor corriente, una azafata corriente, un enfermo corriente, anónimo, rodeado de gente corriente antes de expirar, es una metáfora posible para amar todavía lo que queda por vivir aquí o en otro lugar. Otra cosa, nena. Deja de fumar y lee a Mishima.
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