Mi artículo en Mundiario sobre el tratamiento morboso del dolor humano.
Avión de Germanwings. |
No es posible que algunos magazines mañaneros se despachen las horas de su programa describiendo el dolor traumático de los familiares, buscando en las biografías de hijos y padres desaparecidos en el accidente del Airbus las ilusiones que cualquier vida humana trama en su futuro para seguir sobreviviendo.
Algunos periodistas han asaltado a familiares y a acompañantes para que describan sus sentimientos de duelo e incomprensión ante la terrible muerte de los suyos. No es posible que, con tal de consumir imagen, publicidad y prime time, las cadenas televisivas busquen ese regodeo, tan propio de una chabacana prensa rosa, sin otra intención que la de que el espectador empatice con la desgracia a través de la vida íntima de cada fallecido.
Esto no es información, sino una de esas características que es propia de nuestra cultura mediática, especialmente en España: la anomia. No hay leyes, no hay restricciones, no hay autocrítica ni autocensura desde los propios medios que determine con autoridad dónde están los límites éticos que permiten tratar la información sin caer en la antropofagia.
Porque, cuando se desnudan las ilusiones truncadas de un cadáver, cuando se repite, con una prosa sensiblera, qué sueños, qué proyectos, qué luces y sombras existían detrás de cada uno de estos muertos, la información se convierte en puro consumismo, en una grotesca versión de Mujeres, hombres y viceversa donde no se respeta el duelo, el silencio que media entre el abismo de la muerte y el dolor de quien sufre todas estas ausencias.
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