Tras la publicación en la editorial Siruela de su novela Cada noche, cada noche, Lola López Mondéjar conversa con Mundiario sobre ese homenaje a Nabokov que significa su nueva creación y nos adentra en el proceso complejo de la escritura, revelándonos aspectos temáticos y sociales sobre esta obra así como sobre su anterior narrativa.
La hibridación de géneros, la masculinización del poder, la mujer como símbolo de redención y superación ante la adversidad y un continuo tributo a la literatura anglosajona definen a esta escritora como una de las voces más interesantes de esta última década en la narrativa española. Agradezco personalmente desde este blog la generosidad que Lola López Mondéjar ha tenido siempre conmigo y no puedo olvidar cómo sus trabajos siempre han sido para mí una profunda lección acerca de algunas cuestiones psicológicas inquietantes y turbadoras que residen en la propia concepción humana del sujeto.
- Pregunta: La figura del Nabokov de Lolita es la piedra angular de tu nueva novela. ¿Ha sido la literatura de este autor pre-texto de tu narración? ¿O el pretexto para elaborar una épica de sumisión y redención?
- Respuesta: Nabokov ha sido un autor que me ha formado como escritora, un ideal, sobre todo formalmente, no tanto en su poética lúdica o en su falta de compromiso y su misoginia. Es desde esa admiración que he querido dialogar con su obra más conocida, Lolita, para devolver a su lectura un aspecto que se le sustrajo: que se trataba de una historia de violencia sexual y no de amor. Interpretación esta que el mismo autor hubiese querido que se hiciera. Le he dado voz a la niña enmudecida en la novela, cuyo narrador, y seductor, es Humbert Humbert.
P.: En tu narrativa, la mujer ocupa un lugar que, desde mi punto de vista, trasciende lo meramente narratológico (como actor de una serie de acciones y secuencias) para convertirse en una realidad mucho más compleja. Mítica. Antropológica. En esta última novela como en otras, la necesidad de abolir lo patriarcal, lo masculinizado, representa la llegada de un matriarcado que puede liberar a la mujer de un lastre cultural opresivo.
R.: No propongo ninguna sustitución del patriarcado por un matriarcado, sino que, en realidad, solo intento interrogar las interpretaciones del patriarcado, desvelar un pensamiento hegemónico que excluye a la mujer como sujeto del discurso. En Cada noche, cada noche, por ejemplo, Dolores Schiller, la protagonista, toma la palabra para dársela a su madre, oculta en el texto con el que dialogo. En Mi amor desgraciado interrogaba el mito del amor maternal como una imposición hecha a las mujeres que oculta las múltiples experiencias de la función materna que las mujeres-madres vivimos, el mito las resume y sintetiza interesadamente de forma falaz, negando nuestra realidad. En La primera vez que no te quiero intenté cuestionar muchos de los valores de la transición española, sobre todo aquellos que afectaban a la vida íntima: la revolución sexual como revolución patriarcal, que impuso modos de relación con el otro que excluían las necesidades de intimidad y afecto que necesitan las mujeres. A lo largo de mi obra he querido establecer este tipo de reflexiones, de una manera a veces inconsciente, por pura necesidad de aclarar mediante la escritura lo que siento y pienso.
- P.: Sin embargo, percibo a veces que el matriarcado también puede ser una condena para mujeres como las que describes y profundizas en tus obras.
- R.: Es que el matriarcado no se qué es, es más, posiblemente nunca existió ni existirá. Lo que tuvimos fueron sociedades más igualitarias, las de cazadores-recolectores, en las que las diferencias entres los sexos no eran aún desigualdades. No se trata de sustituir un pensamiento hegemónico por otro: patriarcado por matriarcado. Se trata de soportar la diferencia, de dialogar entre ellas, de tolerar los distintos discursos en una convivencia rica y fructífera que engrandezca nuestra perspectiva.
P.: Eres una ávida lectora de ensayos y también los escribes. ¿Hasta qué punto Cada noche, cada noche como tus colecciones de relatos son una hibridación de ensayo y épica?
R.: Participo de una tradición que parte de Cervantes y que la concibe la novela como un territorio híbrido, hecho de una mezcla de pensamiento, narración, ensayo, poesía. Una geografía mestiza que no le rinde pleitesía a nada ni a nadie, porque es el territorio de la libertad creativa. Ahí me inserto. La novela que vino en el XIX, mucho más narrativa, ha formado el gusto de los lectores del XX y del XXI, y se ha impuesto sobre esa otra que reivindico. Mi novela es intertextual y posmoderna, en el sentido en que lo es Cervantes en El Quijote: metaliterario. Concibo la historia de la literatura como un torrente incesante en el que se vierten los textos que sirven de inspiración a los escritores futuros, que son antes que nada lectores de esos textos. En este sentido, la intertextualidad no suprime sino que amplía la noción de autor, puesto que un autor necesita de otros autores para legitimar su propuesta.
- P.: En Cada noche, cada noche asistimos a una literatura que se aleja de tópicos que ahora mismo saturan muchas editoriales (la crisis económica, la Guerra Civil Española, la novela de viajes...). Has apostado por un relato complejo que me recuerda a Parker, a Munro, a Lessing. Sé que la creación también es influencia, pero es notable en esta novela esa voluntad de marcar unas raíces claramente anglosajonas.
- R.: Estas autoras que citas son referencia para mi, junto a muchas otras, quizás me formé más con literaturas europeas y norteamericanas que españolas. Aunque ahora intento leer a mis contemporáneas. El rechazo hacia la literatura nacional que mi posición de militante antifranquista conllevaba me hizo descuidar la lectura de textos básicos que solo he podido leer y disfrutar siendo ya adulta, pero mis influencias son de la literatura inglesa, francesa e italiana. Más cerca en el tiempo la norteamericana.
- P.: En muchas de tus obras la figura masculina domina la arena en la que confluyen las mujeres. En Cada noche, cada noche lo masculino simboliza la coacción, la mutilación sentimental, el engaño intencionado, la perversión. Solamente se supera conociendo la verdad y enfrentándose a ella como hacen muchos de tus personajes a lo largo de tus obras. ¿Por qué en el mundo real cuesta tanto romper con el tabú del miedo y de la masculinización del poder?
- R.: El patriarcado tiene raíces profundas en nuestras conciencias, no solo en las de los hombres, que disfrutan de los privilegios que les conceden, y sufren de las coacciones que les impone también, sino en las propias mujeres. Cada día descubro algún matiz patriarcal que me pasó antes desapercibido, en mi misma o en la sociedad. Por ejemplo, en la promoción de la obra he constatado el desinterés de muchos hombres hacia lo que estamos escribiendo las mujeres. Un desinterés profundo, que les lleva a no leernos. O, también, el hábito de reducir la literatura escrita por mujeres a cuestiones de género, sin profundizar en las singularidades de cada obra, con lo que acabamos hablando siempre de lo mismo.
La masculinización del poder es un tema interesantísimo: el camino al poder facilita el ascenso de mujeres que se adaptan al modo masculino de ejercerlo. Las instituciones son reacias a los cambios y producen estos efectos. De manera que la incorporación de formas distintas, más relacionales, más del ethos de cuidados en el que se nos educa a las mujeres, permanecen por fuera de las estructuras, marginadas. De ahí que muchas mujeres no quieran el poder, o lo abandonen al ver esa mutilación que implica.
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