Tomo café con el poeta oriolano. Hablamos de lo divino y de lo humano, de lo mal que está el negocio editorial también. Me entrega su poemario de 2003, Las avenidas de la muerte, Premio de Poesía Julio Tovar y publicado por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Después de unos días, comienzo a leerlo y me sobrecoge la agudeza y la inteligencia técnicas de este libro a la hora de evocar situaciones cotidianas que todos alguna vez hemos vivido y que nos involucran en una misteriosa composición de la vida a través de los recuerdos.
Misteriosa composición basada en el pesimismo de no haber escogido la vida que se quería y al mismo tiempo basada en la aceptación de la vida que le ha tocado vivir, donde el poeta extrae sus momentos trágicos y otros que reivindica como dichosos y eufóricos: "(...) pero a pesar de todo me he comprado un coche/ nuevo y un mapa de carreteras para viajar/ por el país quizás si busco bien pueda encontrar/ en algún cruce de caminos al ángel triste/ que vigila el fracaso de mis sueños perdidos" (pág. 31).
Estos poemas son trazos biográficos que miran al futuro con escepticismo, pues el pasado se ha volatilizado y solamente quedan impresiones anodinas y un sustrato de infelicidad que obliga al creador a defenderse en la escritura de esos miedos que lo atenazan, como si la virulencia de lo antaño pudiera repetirse en el presente: "(...) he vivido una vida que no elegí/ he pagado deudas que no contraje/ he soñado sueños que no recuerdo/ he viajado por mundos que no existen/ he matado gente que no conocí/ he escrito versos que no recuerdo (...) (pág. 28).
Hace tiempo que un libro de poemas no me emocionaba tanto por esa sensación de acabamiento, de revelación cuando la infancia y la juventud se convierten en tiempos de desengaño ante una vida que nos espera con imprevisibles derroteros, pero que Bascuñana advierte como una repetición de los acontecimientos ya vividos. Quizá sea esa combinación de realismo y belleza formal la que nos adentra en esa paradoja, atrayente, iluminadora, donde la felicidad o la infelicidad son relativas, pues lo verdaderamente importante es resistir en esas avenidas de la muerte: "(...) vivimos en habitaciones separadas/ tú habitas en la luna/ yo habito en la certeza" (pág. 45).
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