El silencio de la discapacidad que pasa a nuestro lado

Veo viveza en la mirada de esas madres y también veo el cansancio en las comisuras que rodean sus ojos. Y no sabría más que decir, pero necesitaba escribirlo y resolver esa angustiosa sensación que me produce saber que la adversidad, el azar de los acontecimientos y la prosperidad de los suyos deben ser durísimas y, sin embargo, cogen de la mano a sus hijos y, a trompicones, caminan entre nosotros.
Yo las distingo enseguida por su escasez de gestos, por su silencio al pasar, por un ritual preciso de satisfacción y de renuncia a todo en la forma de fruncir sus labios. Y sus vidas son distintas a la mía, con una mayor intensidad, basada en la incertidumbre, pensando en la orfandad de sus hijos cuando ellas ya no existan, pero es esa intensa manera de responder a los acontecimientos, a la indefensión de quienes las abrazan con un amor desgraciado, las que me ayudan a vivir la belleza de lo mínimo, de cada minuto.
Son las heroínas de nuestro tiempo. Y otros, mientras tanto, aquellos que prometieron las ayudas y los que ahora aplican las reformas siguen jodiendo su dura e increíble existencia.
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